No comparto el evangelio de una manera explícita cada día. Sé que, por la gracia de Dios, debo ir mejorando en esto. Pero no siempre tenemos la oportunidad de llevar a una persona a través del evangelio de principio al fin. Normalmente solo tengo oportunidad de decir una cosa. De mencionar la gracia de Dios. De hablar de perdón. De decir que mi esperanza está en Dios.
Una de las cosas que intento aplicar en mis comunicaciones es la gracia. Muchos de mis compañeros en el trabajo piensan que los “religiosos” como yo predican que Dios es un aguafiestas y lleno de ira. Eso es algo que necesita corrección. Y muchos de mis compañeros en el trabajo piensan que si hay un Dios, Él se les va a dar una existencia buena después de la muerte porque eso es lo que un Dios, si exista, debe de hacer. Eso también es algo que necesita corrección. Cuando hablo de la gracia, ellos encuentran la ira de Dios, porque es un Dios santo, pero también encuentran un Dios amoroso que pagó el precio por mí.
Así que introduzco a ellos un Dios que no cabe con sus ideas preconcebidas. Introduzco a ellos un Dios que no es meramente iracundo o chocho, sino a un Dios que es santo, amoroso, y para con los piden perdón, misericordioso.
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