Hoy en día es aún más importante estudiar la historia del cristianismo porque hay muchos que nos quieren engañar (véase 1 Juan 2:26). La Biblia es un libro bien grande y los que distorsionan sus enseñanzas son muchos. Algunos lo hacen por malicia. Otros lo hacen por ignorancia. Pero el efecto, si no hay nadie para oponerse a estas falsas doctrinas, será lo mismo: decepción y negación del único verdadero evangelio (Gál. 1:6-8).
Durante el fin
del primer centenario, cuando los apóstoles iban muriendo, había unos grupos de
personas que llamamos gnósticos (de “gnosis” que es “sabiduría”). Estos grupos
tenían muchas falsas enseñanzas, y aunque no tenían un credo en común, se puede
identificar algunas de sus enseñanzas que afirmaban muchos de ellos, por ejemplo:
- La salvación viene a través de “sabiduría secreta”
- Alta estimación del espíritu y subestimación de la carne (lo físico)
- La incorruptibilidad del espíritu
- Una “chispa divina” habita en cada persona
Los gnósticos
creían que el problema que enfrenta al ser humano no es el pecado personal,
sino la ignorancia de la “sabiduría secreta” de Dios. Muchas veces esta
sabiduría refería a esa “chispa divina,” y enseñaban más o menos que somos
divinos, de la misma esencia como Dios. Así que como Dios es incorruptible, el
pecado realmente no afecta esa parte divina de nosotros. Los gnósticos
justificaban su licencia con estas doctrinas.
Hay gente hoy en
día que profesan y enseñan doctrinas que tienen su raíz en el gnosticismo. Lo
sé porque tuve una charla bien interesante recientemente acerca de estos temas.
La persona me dijo que Dios nos dio un espíritu incorruptible y que, como Dios
es espíritu, nuestro espíritu es parte de Dios. Aunque no dijo que somos
divinos, su sentido fue muy claro. Aunque no dijo nada acerca de “sabiduría
secreta” o una “chispa divina,” el concepto fue lo mismo.
Este hombre
necesita que Dios obre en su vida porque antes de poder entender el evangelio
de Cristo hay que quitarse estas falsas enseñanzas de su mente. En lo más
básico, este hombre no ha reconocido la gran diferencia entre Dios y el ser
humano. Dios es totalmente otro y diferente de su creación. Nosotros somos
corruptos, en necesidad de avivamiento espiritual, perdón de los pecados, y la
justicia de Cristo acreditado a nuestro favor.
Puede ser difícil
defender la fe en contra de tales enseñanzas. Pero como los que vinieron antes
de nosotros ya han peleado con la falsa doctrina, podemos aprender de ellos.
Ireneo, que murió alrededor de las 202 d.C., escribió esto en su libro Contra las Herejías 5.12.2:
Uno es el soplo de la vida que hace al hombre un ser animado, y otro
distinto es el Espíritu vivificante que lo perfecciona como espiritual. Por eso
dice Isaías: «Así habla el Señor, que hizo el cielo y lo fijó, que dio firmeza
a la tierra y a cuanto hay en ella; y dio su aliento a todo cuanto en ella
vive, y el espíritu a quienes caminan en ella» (Is 42,5). Afirma que se le dio
en general el aliento a todo el pueblo que habita sobre la tierra; mas su
Espíritu a quienes pisotean las concupiscencias terrenas [es decir, creyentes]. Por eso Isaías, distinguiendo en otra
ocasión lo que antes había dicho, escribe: «El Espíritu saldrá de mí, pues yo
he creado todo aliento» (Is 57,16). Propiamente coloca en el orden de Dios al
Espíritu que en los últimos tiempos derramó sobre el género humano (Hech 2,17)
para la filiación adoptiva; en cambio expresa que concedió su aliento
comúnmente a todas las cosas hechas y creadas. Pues una cosa es el Creador,
otra la creatura. El aliento es algo temporal; en cambio el Espíritu es
sempiterno. Y el aliento puede aumentar un poco, y permanece por algún tiempo,
luego se retira y deja sin respiración a aquel en el que antes estuvo. Por el
contrario, el Espíritu circunda al hombre por fuera y lo llena por dentro,
siempre en él persevera y nunca lo abandona. «Mas no aparece primero lo
espiritual», dice el Apóstol (y lo afirma como refiriéndose a nosotros los
hombres), «sino primero lo animal, luego lo espiritual» (1 Cor 15,46), como es
razón. Pues era necesario que primero fuese plasmado el hombre, y una vez
plasmado recibiese el alma; y luego recibiese la comunión del Espíritu. Por
ello el Señor hizo «al primer Adán alma viviente, al segundo Espíritu
vivificante» (1 Cor 15,45). Así, pues, como el que ha recibido la vida por el
alma, al volverse hacia lo más bajo pierde la vida; así también el que se
vuelve hacia lo más alto, al recibir al Espíritu vivificante encuentra la vida.
Les recomiendo
este artículo de GotQuestions.org, “¿Qué es el gnosticismo cristiano?” para más información.
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